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viernes, 3 de julio de 2009

De memoria política y elecciones

Manuel Gerez del Río

I

En un enorme esfuerzo editorial mundial, el pasado año de 2007 salió al mercado el último libro de la periodista canadiense Naomi Klein, La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, reconocida por su anterior obra No Logo. Esta vez, se lanza con un extraordinario análisis del impacto de la globalización y los execrables lineamientos que se cocinan en las altas jerarquías políticas mundiales, de la mano de las empresas multinacionales, para implantar la apertura indiscriminada y a la fuerza de los mercados mediante políticas cuestionables en todos los aspectos.

Klein establece que una guerra, un golpe de Estado, un ataque terrorista o un desastre natural provocan un estado de shock entre la población, lo que limita su capacidad de percepción y de respuesta. Es el momento justo que se debe aprovechar para establecer las reformas necesarias para la implementación de políticas económicas que en otro momento serían rechazadas de inmediato. El triste ejemplo y laboratorio del capitalismo de shock es el golpe de Estado de Pinochet en Chile en 1973.

La idea del libre mercado sin regulaciones, donde el Estado sea un elemento cada vez menos participativo, se ha aplicado en todo el mundo bajo la dirección intelectual del economista estadounidense Milton Friedman y la llamada Escuela de Chicago de economía. En América Latina se le conoce como neoliberalismo.

La apertura desmedida de los mercados es fruto de la idea del capitalismo sin restricciones. Entre menos se interfiera en el “proceso natural” del capitalismo, es decir, sin ninguna interferencia en el juego del capital, el sistema se desarrollará de manera tal que la acumulación de riqueza en pocas manos comenzará a desbordarse hacia la base de la sociedad. Desgraciadamente, la implantación violenta del neoliberalismo ha tenido como consecuencia un aumento impresionante de desempleo y de pobreza extrema. Al paso de los años, la cascada de excedentes que se había presupuesto, jamás ha llegado a los pobres. Eso sí, las cifras de mil millonarios esta detentada en pocas manos, mientras las de pobres ha crecido en forma exponencial, precisamente en aquellas zonas donde las desigualdades sociales son más profundas.

Al respecto Klein realiza un interesantísimo análisis de la situación de shock provocada por el Consenso de Washington, el FMI, BM y la CIA en Chile, Argentina y Bolivia mediante golpes de Estado o la quiebra de la economía nacional y la implantación de un estado de terror. El caso de México es tratado someramente, y no porque no lo mencione. Simplemente, como ella lo indica, en los países de un solo partido en el gobierno fue mucho más fácil implantar las reformas neoliberales que quebraron al estado desarrollista.

En Argentina, el país latinoamericano con mejor nivel de vida hasta el inicio de los años 70, fue condenado al shock político-económico con la toma del país por la Junta Militar en 1976. De igual forma que Chile con el dramático bombardeo a la casa de La Moneda, los militares argentinos se preocuparon por llevar a cabo una política de terror mediante las desapariciones, los escuadrones de la muerte y todo un manual de tortura desarrollado por la CIA en los años 50, perfeccionado en Chile y llevado puntualmente en Argentina. El apoyo de los militares a las compañías privadas fue absoluto (baste mencionar que la compañía Ford regalaba al gobierno militar los Ford Falcon negros en los que se llevaban a cualquier sospechoso contra el régimen). El país fue quebrado y su población disminuyó en forma considerable sus patrones de vida. El endeudamiento del Estado fue impresionante y la Junta, con el apoyo del FMI y el BM, se encargó que la deuda pasara íntegra al nuevo gobierno democrático en 1982. La forzosa herencia de la deuda permitía a esas instituciones limitar el poder de movimiento del nuevo gobierno.

II

En México, la implantación del neoliberalismo y de la doctrina de Friedman comenzó en los años 70. Al igual que el resto de América Latina, en México se había presentado un enorme crecimiento industrial gracias a una política de protección a la industria nacional y a las grandes ganancias que reportaba el petróleo. Sin embargo, ya a fines del periodo de López Portillo, la crisis petrolera y los intereses de la deuda externa pusieron en serios aprietos al Estado mexicano. La primera gran crisis económica mexicana apareció bajo la luz del neoliberalismo. A esto se suma el comienzo de la apertura del mercado mexicano a los productos internacionales, particularmente de los Estados Unidos. En 1979, México había desregulado algunas barreras arancelarias; cuestión que se incrementaría en 1986 con su entrada al GATT. Las empresas nacionales, tanto privadas como públicas, sufrieron la terrible presión de artículos a bajo precio provenientes del exterior.

Al mismo tiempo, las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) se iban recrudeciendo para servir a los grandes capitales. Los países que solicitaban préstamos para soportar las crisis inducidas desde el exterior, eran sometidos a grandes presiones para que los gobiernos aplicaran las reformas al Estado que Friedman y los Chicago Boys consideraban necesarias para unas finanzas públicas sanas. Y sólo entonces poder dar luz verde al flujo de crédito internacional: los países tenían que dar apertura a sus mercados, privatizar las empresas estatales, reducir el gasto público y establecer una legislación “competente” en materia laboral. La apertura a los capitales golondrina se daría en forma espectacular años más tarde bajo el gobierno salinista; tan espectacular como su salida de la Bolsa Mexicana de Valores con destino a Asia.

La venta de las empresas públicas mexicanas, con el pretexto de su incapacidad para competir -si no es que se exponía sin reparos la innecesaria actividad estatal en esas áreas-, arremetió durante Miguel de la Madrid, cuando el Estado mexicano se deshizo de aproximadamente mil empresas públicas. Esta venta de empresas estatales provocó que miles de personas quedaran sin empleo de la noche a la mañana y fuesen recontratadas –si la reingeniería lo permitía- bajo otras condiciones laborales. Las prácticas de contratación laboral se fueron haciendo cada vez más laxas hasta presentar esquemas por demás abusivos como la carencia de un contrato fijo, la contratación por periodos cortos de empleo, el uso de “contrato” por honorarios, la doble contabilidad para evitar el pago de utilidades, la evasión del registro ante el IMSS y en el otorgamiento de las prestaciones de ley, seguido de un largo etcétera. Eso sí, se apegaban estrictamente a un bajísimo salario mínimo que no cubría –ni cubre hoy día- ninguna de las necesidades básicas del trabajador.

Por supuesto, la aplicación de la doctrina Friedman en México tenía la facilidad del partido único gobernante. Este equilibrio favorable a las instituciones extranjeras y al poder interno de los varios millonarios que estaban haciendo fortuna a costa de millones de pobres, se vio tambaleante cuando en 1988 la izquierda iba a la cabeza en las elecciones presidenciales. Por un infortunado “problema técnico” en el sistema del IFE, el partido en el gobierno obtuvo de nuevo la victoria y la consecuente aplicación de las normas de la Escuela de Chicago.

Con Salinas de Gortari, los lineamientos del FMI y BM se hicieron más visibles. La autonomía del Banco Central (uno de los lineamientos de Friedman y cuyo gobernador continúa en el poder ¡desde 1998!), la emisión de una nueva moneda para controlar la inflación y evitar brotes masivos de protesta, la liquidación de las empresas públicas del ramo de las telecomunicaciones y las concesiones a empresas privadas para el manejo de carreteras (después rescatadas con dinero público), los bancos (también rescatados con dinero de los contribuyentes) y un largo etcétera. Los resultados: la creación de fortunas individuales catalogadas entre las más importantes del mundo (y la primera de América Latina), el aumento de la pobreza a niveles del 60% de la población (aunque en el peor momento de la crisis de los 90 el porcentaje fue mucho más alto y muchos mexicanos entraron en el umbral de la pobreza extrema), el aumento del “excedente” de mano de obra que tuvo que emigrar a EU, el consecuente aumento de la violencia y la inseguridad, además del crecimiento de las prácticas de corrupción que van aunadas al capitalismo sin restricciones como lavado de dinero, fraudes multimillonarios, compra de empresas públicas a precios muy por debajo de su valor real, clientelismo, asignación de obras públicas bajo esquemas sospechosos…

III

Las historias de los gobiernos de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón no difieren en absoluto. Ernesto Zedillo lidió con la crisis del peso mexicano: el “error de diciembre”, que era la consecuencia de la política económica internacional: la fuga masiva de capitales que carecían de regulación alguna. Para los 90, los mercados asiáticos prometían mucho más que los latinoamericanos.

El nefasto sexenio de Vicente Fox no sólo remató con las funciones del Estado –sobre todo por su incapacidad de gobernar- , sino que ligó en forma abierta y descarada la política económica interna con los lineamientos ejecutados por su “amigo” Bush –el presidente con mayor énfasis en el libre mercado sin restricciones de los Estados Unidos-.

Las elecciones de 2006 abrieron las posibilidades de cambiar la pésima situación de millones de mexicanos. Por desgracia, los muy cuestionados y cuestionables resultados mantuvieron en el poder a los políticos del neoliberalismo. La línea dura de los ricos más ricos, el Consejo Coordinador Empresarial, aplicó en forma más que descarada los recursos económicos que le sobran para enviar mensajes mediáticos de miedo a la población. La idea de que Andrés Manuel López Obrador subiera el poder era –por supuesto sólo en el papel- una oportunidad para romper con la imposición del capitalismo sin restricciones y el fin de las ganancias a costa de la explotación masiva y sistemática de millones de mexicanos y el uso del Estado para el beneficio privado. Se esperaba que, como el resto de América Latina lo estaba -y está haciendo-, triunfara el partido de izquierda (aunque sobre los ideales políticos del perredismo me mantengo al margen). Sin embargo, en esta ocasión, como en muchas otras, México fue siempre del lado contrario de los sucesos en Latinoamérica.

Aún existen empresas públicas de vital importancia para la economía del país; son las empresas estratégicas que los capitales internacionales están ansiosos por comprar: petróleo, electricidad, sistema de aguas, siguen en la lista de liquidación. En meses pasados ya el gobierno logró el cambio legal para la apertura de algunas áreas de Pemex a capitales privados. Es sólo un paso en la posterior venta de la mayor paraestatal.

Pero los requerimientos internacionales de una “sana política económica” no sólo se centran en la privatización sino en la reforma estructural de áreas de apoyo al sistema como una legislación laboral que genere trabajadores “más competentes”. Ello quiere decir que la ley debe permitir los despidos masivos, la eliminación del salario mínimo y de prestaciones “costosas” para las empresas, además de un pretendido aumento de 8 a 10 horas de trabajo. Por supuesto, las consecuencias son la figura endeble del trabajador, salarios con capacidad de compra cada vez menor gracias al ajuste a los esquemas salariales y laborales al mundo “competitivo” de Asia o Centroamérica. Eso sin olvidar del control histórico del Estado sobre los sindicatos: a través de ello se ha podido constatar más de una vez la declaración de la ilegalidad de huelgas para evitar la confrontación con el capital bajo la amenaza de su salida del país.

La reforma a la ley del ISSSTE es resultado de otra de las peticiones del FMI con respecto a las pensiones, por no hablar de la consolidada, años atrás, privatización de las pensiones del IMSS en las Afores.

No hay que olvidar, de ninguna manera, los aspectos de educación y sanidad. La sostenida huelga en la UNAM del 99 y las demandas por seccionar la universidad y abolir la gratuidad de la instrucción pública, son conceptos importantes en las políticas neoliberales y que urgen las instituciones financieras internacionales.

Estas líneas se puede observar en las patéticas propuestas de vales de educación y sanidad del Partido Verde Ecologista, por no mencionar la ilógica postura de un partido supuestamente ecologista con la pena de muerte. En lugar de que los diputados y senadores laboren porque el Estado logre el mejoramiento de la educación y el servicio médico, abogan porque aquél se desentienda de una de las tareas más importantes que debe mantener. El uso de vales del Estado no es otra cosa que canalizar el dinero público destinado al cumplimiento de dos importantes rubros de actividad gubernamental a la iniciativa privada. ¿Quién será el beneficiado con millones de pesos del erario público para la compra de medicamentos en farmacias privadas y a precio de mercado?

En consecuencia, habrá que pensar muy bien por quién se vota en estas elecciones para que el Poder Legislativo esté lo más equilibrado posible y pueda limitar la liquidación del Estado mexicano.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

No Logo. El poder de las marcas, de Naomi Klein

Por Manuel Gerez del Río






Naomi Klein analiza las fuerzas que se oponen al intento de un conjunto de marcas por gobernar al planeta. Para ello, la autora estructura su análisis en la búsqueda de cómo estas empresas han logrado construir una fuerza tan impresionante, que por sí solas se han convertido en economías mundiales. El punto de partida de la nueva política de las trasnacionales es el viernes de Marlboro; este evento bursátil de Nueva York determinó la nueva política de las marcas en la década de los 90. Y es que aquellas empresas que no tuvieron pérdidas, ratificaron la tendencia de excluir la fabricación directa de los productos para invertir enormes sumas de dinero en la construcción de la imagen de marca mediante la publicidad.
A la luz de la globalización y del libre comercio, las marcas han establecido una red que abarca todo el mundo y que laboran bajo la concepción de la teoría de la unificación de las culturas para la unificación de consumo. Las marcas inundan cada uno de los espacios de la vida del ser humano. Primero, como siempre ha sido, se apropia de los espacios públicos como las calles y edificios. Pero ahora va más allá. Con el cambio de hábitos del ser humano, ahora la gente se congrega en las plazas comerciales; lugares privados donde no hay cabida a la expresión de inconformidades ni a la manifestación de las ideas que no sean comerciales o estén contratadas. Las escuelas y universidades sucumben ante la necesidad de recursos; los pasillos, equipos deportivos, baños, cafeterías y hasta las librerías universitarias se llenan de publicidad de la marca que lo patrocina todo a cambio del silencio: cualquier intento de crítica a las marcas provoca el retiro de la ayuda económica. Es tal el poder que han adquirido que imponen incluso sus valores e ideales a la creación artística; son los censores de la creación: si quieres vender en sus tiendas, la imagen debe corresponder a su imagen de marca.
Si las marcas se apropian de todos los espacios y la gente lo ha permitido, lo asume y se vive el triunfo de las marcas, lo que continúa es preguntarnos ¿por qué han tenido tanto éxito? Volvemos a la publicidad: las marcas han establecido ejércitos de soplones que buscan lo que los adolescentes estadunidenses llaman lo cool. En este sentido, como muchos, Nike es el mejor ejemplo. Mediante personas que laboran para la marca, se realizan sondeos (bro-ing) en los barrios marginados de negros y latinos (imagen de la marca) para ver si los nuevos productos son cool, además de captar las nuevas modas de la calle. Los soplones están por todas partes: barrios marginados, escuelas y centros de diversión, con tal de captar lo que a la gente le parece sensacional y transformarlo diseño y venta.
La década de los 90 abre paso a la lucha social por las referencias: las luchas de identidad racial, de género, de diversidad sexual. Coinciden, en 1992, con la crisis de las marcas y las corporaciones aprovechan las críticas y exigencias de la juventud para apropiarse de esa luchas y ponerle marca. Adquieren las identidades y las convierten en marca. Los iconos de las luchas sociales y revolucionarias, son robados de su contexto histórico para convertirlos en objetos de venta e imagen comercial. No sólo eso: conforman toda una imagen de identidad que, como se verá adelante, permite que la sinergia convierta la vida en marca. Y la lucha por sí misma es comercializable. Hay marcas que luchan por las mujeres, contra el cáncer, contra la pobreza. Pero, ¿cuál es a validez y grado de credibilidad de las marcas en su compromiso con esos y otros movimientos? Me parece que el altruismo en las corporaciones es inexistente y es aprovecharse del marketing para adherir nuevos compradores. En cuanto a las donaciones que ofrece, es un frío cálculo de aumento de ventas: la donación viene implícita en el cálculo de ventas; de hecho muchas ponen un punto de venta determinado para hacer la donación; la marca no desembolsa ni un centavo que el público no haya dado a través de la compra masiva de un producto. A fin de cuentas, la idea de la donación está comprometida por la promoción y venta de un producto determinado y la buena imagen que tendrá la empresa ante el público.
Y si los espacios físicos y de pensamiento se reducen paso a paso, las opciones también. La fusión de las grandes empresas ha generados monstruosas entidades privadas que compiten en economía con las naciones. Después de todo, más de 49 empresas están en la lista de las 100 economías del mundo. Tan sólo un ejemplo, las utilidades de Wal-Mart superan el presupuesto anual de países como Haití.
Si lo que importa es la marca y no el producto, una marca puede fabricar cualquier cosa. La denominada sinergia de marca permite a ésta la diversificación de los artículos que coloca en el mercado. Después de todo se vive el marketing de la identidad y la sinergia construye marcas que abarquen ropa, vacaciones y hasta ciudades de marca.
Además de que las marcas nos han dejado sin espacios y sin opciones, también nos han dejado sin empleo. Los tratados de libre comercio y la globalización permitieron el libre tránsito de capital y la fundación de fábricas en cualquier parte del mundo, con miras a la reducción de los costos de producción. Sin embargo, el cierre de fábricas en el primer mundo no implica necesariamente su reapertura en el Tercero, pues son sustituidas por la contratación de maquiladoras. Si bien por una parte las trasnacionales (como automotrices o las de electrodomésticos) se establecen directamente en los países subdesarrollados para valerse de las concesiones gubernamentales en terrenos, exención de impuestos, cuotas bajas de luz y agua y una política de bajos salarios y control de los sindicatos, así como un bloqueo de la información por violación de los derechos humanos ante el trabajo esclavo, lo cierto es que no generan tecnología, mantienen la dependencia con las sedes originales y de igual forma pueden cerrar la planta e irse a países con mejores condiciones. En los 90 hubo un boom del contrato de maquiladoras a través de pedidos que exprimen los bajos precios y que repercuten en los salarios y en las horas y condiciones laborales. El abanico que presenta me parece, sin embargo, que es más amplio. Por una parte, falta determinar si el capital de las maquiladoras proviene de las mismas marcas. El hecho de que las maquiladoras estén conformadas por capital extranjero es más claro si observamos movilidad (golondrinas) y la capacidad de abrir y cerrar fábricas tanto para continuar con los privilegios de exenciones que otorga el gobierno como el de mudarse a otros mercados más “competidores”.[1]
El cambio en la economía de los países del primer mundo se percibe en el paisaje de las ciudades posindustriales: las fábricas desaparecen y abundan las tiendas al menudeo. Es el paso de una economía industrial a una de servicios. El cambio presenta modificaciones importantes no sólo en la economía sino en la vida de cada persona, que muchas veces la impacta de modo tan importante que la psique inhibe: la transitoriedad es el elemento característico que presenta el empleo en el sector servicios. Los jóvenes estudiantes que entran a laborar en empresas al menudeo, los denominados Mcjobs (por el estilo de bajos salarios y explotación que fundó Mc Donald’s), con la idea de ser un empleo transitorio (mientras concluyen sus estudios o en lo que sale un empleo mejor), se ven encadenados a permanecer ahí por la carencia de opciones. El problema se manifiesta con la elevación del rango de edad de los trabajadores en esas empresas: antigüedades laborales que en muchos casos llegan a los 10 años. El bajo salario que los empresarios justifican por el tipo de empleo (para estudiantes) adquiere dimensiones preocupantes cuando los jóvenes se convierten en adultos y el salario de bajo pasa a ser insuficiente para los gastos básicos, con la consecuencia de la ampliación de la pobreza.
Los mecanismos de reducción de costos y el consiguiente aumento exorbitante de utilidades adquieren múltiples formas y los empresarios ganan en creatividad. Desde la constante rotación de personal para evitar la creación de antigüedad, inscripciones a la seguridad social y la organización sindical, a través de contratos que van del mes al año y medio de duración, ahora se contrata por término de horas pico o de un control efectivo de las horas trabajadas. El uso de las horas pico incluye que el trabajador debe estar siempre libre para el momento en que la empresa le llame para laborar. Otro es el contrato de servicios independientes a través de outsourcing o gestionadoras de recursos humanos, lo que evita el desembolso de cualquier cantidad monetaria en el rubro de salarios. A ello se debe sumar el descabellado uso de “becarios”: trabajo explotado de forma totalmente gratuita bajo la etiqueta de prácticas profesionales.
La lucha por la autonomía laboral tiene dos lados: el hastío de la gente a depender de un trabajo que se sabe que lo explota, mal pagado y que puede desaparecer en cualquier momento. Y el empuje del free lance como fruto de la mercadotecnia de una imagen construida por las marcas. Naturalmente los contratos son escasos y la lucha por obtenerlo va en detrimento de la capacidad de cobro (después de todo, a mayor oferta de mano de obra menor el salario). El trabajo autónomo es una de las directrices del trabajo global. No olvidemos, por ejemplo, los programas federales del foxismo que estaban encaminados al autoempleo: ¿algún lineamiento del FMI? La frecuencia de trabajadores independientes, de cualquier forma, va en franco crecimiento. Y es que si no laboras en las tiendas al menudeo ¿qué opción queda? Se están desarrollando los países de los autónomos; después de todo no hay gastos en los que incurra el empleador. El lado más oscuro, sin embargo, será cuando la población económicamente activa envejezca sin planes de pensiones ni de sanidad.
No logo es la lucha abierta contra la marca. La atención que ha atraído la lucha contra las ruindades de la situación laborales, de explotación y trabajo esclavo en el Tercer Mundo, de las invasiones y daños ecológicos en zona de exploración y extracción petrolera, no son nada nuevo. Sin embargo, han cobrado nuevos bríos gracias a dos condiciones: una, al focalizar el objetivo de lucha en exponer una marca al escrutinio público, la gente fija su atención por ser las marcas que usa cotidianamente. El problema es si la lucha contra una sola marca no particularizaba los casos. La respuesta de los activistas indicaba que los problemas son globales. La otra condición es la de la globalización de las comunicaciones. Internet ha sido la herramienta de mayor apoyo en la divulgación de la información que se genera y que evita los canales tradicionales y manipulables como los medios impresos, radio y televisión. Si bien sabemos de varios casos en que algunas páginas de activistas han sido cerradas, la opción de la red ha hecho de la lucha local una lucha universal. De ello se da cuenta el movimiento Recuperemos las Calles mediante la organización de las fiestas mundiales.
Si bien la lucha contra las marcas tiene la gran ventaja de central los ojos del mundo en los artículos que se usan a diario, existe un campo que se esconde a la vista: son las empresas “sin imagen de marca”, empresas que no han invadido en forma visible la vida cotidiana pero que están presentes. El ejemplo más interesante que expone Naomi Klein es el de una papelera japonesa que explotaba los bosques vírgenes de Canadá. Sabemos que los movimientos ecologistas por sí mismos tienen poca repercusión en la mayoría de la población, pero ¿qué efecto produciría en la opinión pública si se exponen que esos productos son utilizados en las marcas que utilizan cotidianamente? Por ejemplo, si se ataca a una marca de hamburguesas que utiliza el papel generado por la explotación de bosques vírgenes, el cambio del paradigma compromete la imagen de la marca y ésta sirve de fuerza de presión contra la papelera.
Las formas de lucha han sido muy variadas: rompe anuncios, lanza tartas, vallas de guerrilla publicitaria, hackers informáticos, etc. Todos y cada uno de ellos desde su localidad han contribuido a organizar la lucha contra las marcas, y el Internet ha logrado lanzarlos a una lucha global. Los ejemplos son muy variados. Lo importante es que las luchas públicas pasen al papel legal; es aquí donde la lucha global de representación tiene que ejercer la presión necesaria para que los gobiernos realicen las modificaciones legales para controlar el totalitarismo de las marcas. Ante el intento de la homogenización de la cultura por la globalización, debe existir (existe de hecho) una respuesta universal de defensa y determinación.
[1] El usos constante de la palabra mercados competidores, de convertir a los países en más competidores, se resume muchas veces a la reducción de cuestiones salariales y modificaciones importantes en las legislaciones laborales vigentes. Una rápida vista a los noticieros y a las intenciones del actual secretario del Trabajo de México (de extracción de derecha) y la Comisión Empresarial, nos dan una clara idea de lo que para ellos es convertir al país en un mercado competidor.