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viernes, 3 de julio de 2009

De memoria política y elecciones

Manuel Gerez del Río

I

En un enorme esfuerzo editorial mundial, el pasado año de 2007 salió al mercado el último libro de la periodista canadiense Naomi Klein, La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, reconocida por su anterior obra No Logo. Esta vez, se lanza con un extraordinario análisis del impacto de la globalización y los execrables lineamientos que se cocinan en las altas jerarquías políticas mundiales, de la mano de las empresas multinacionales, para implantar la apertura indiscriminada y a la fuerza de los mercados mediante políticas cuestionables en todos los aspectos.

Klein establece que una guerra, un golpe de Estado, un ataque terrorista o un desastre natural provocan un estado de shock entre la población, lo que limita su capacidad de percepción y de respuesta. Es el momento justo que se debe aprovechar para establecer las reformas necesarias para la implementación de políticas económicas que en otro momento serían rechazadas de inmediato. El triste ejemplo y laboratorio del capitalismo de shock es el golpe de Estado de Pinochet en Chile en 1973.

La idea del libre mercado sin regulaciones, donde el Estado sea un elemento cada vez menos participativo, se ha aplicado en todo el mundo bajo la dirección intelectual del economista estadounidense Milton Friedman y la llamada Escuela de Chicago de economía. En América Latina se le conoce como neoliberalismo.

La apertura desmedida de los mercados es fruto de la idea del capitalismo sin restricciones. Entre menos se interfiera en el “proceso natural” del capitalismo, es decir, sin ninguna interferencia en el juego del capital, el sistema se desarrollará de manera tal que la acumulación de riqueza en pocas manos comenzará a desbordarse hacia la base de la sociedad. Desgraciadamente, la implantación violenta del neoliberalismo ha tenido como consecuencia un aumento impresionante de desempleo y de pobreza extrema. Al paso de los años, la cascada de excedentes que se había presupuesto, jamás ha llegado a los pobres. Eso sí, las cifras de mil millonarios esta detentada en pocas manos, mientras las de pobres ha crecido en forma exponencial, precisamente en aquellas zonas donde las desigualdades sociales son más profundas.

Al respecto Klein realiza un interesantísimo análisis de la situación de shock provocada por el Consenso de Washington, el FMI, BM y la CIA en Chile, Argentina y Bolivia mediante golpes de Estado o la quiebra de la economía nacional y la implantación de un estado de terror. El caso de México es tratado someramente, y no porque no lo mencione. Simplemente, como ella lo indica, en los países de un solo partido en el gobierno fue mucho más fácil implantar las reformas neoliberales que quebraron al estado desarrollista.

En Argentina, el país latinoamericano con mejor nivel de vida hasta el inicio de los años 70, fue condenado al shock político-económico con la toma del país por la Junta Militar en 1976. De igual forma que Chile con el dramático bombardeo a la casa de La Moneda, los militares argentinos se preocuparon por llevar a cabo una política de terror mediante las desapariciones, los escuadrones de la muerte y todo un manual de tortura desarrollado por la CIA en los años 50, perfeccionado en Chile y llevado puntualmente en Argentina. El apoyo de los militares a las compañías privadas fue absoluto (baste mencionar que la compañía Ford regalaba al gobierno militar los Ford Falcon negros en los que se llevaban a cualquier sospechoso contra el régimen). El país fue quebrado y su población disminuyó en forma considerable sus patrones de vida. El endeudamiento del Estado fue impresionante y la Junta, con el apoyo del FMI y el BM, se encargó que la deuda pasara íntegra al nuevo gobierno democrático en 1982. La forzosa herencia de la deuda permitía a esas instituciones limitar el poder de movimiento del nuevo gobierno.

II

En México, la implantación del neoliberalismo y de la doctrina de Friedman comenzó en los años 70. Al igual que el resto de América Latina, en México se había presentado un enorme crecimiento industrial gracias a una política de protección a la industria nacional y a las grandes ganancias que reportaba el petróleo. Sin embargo, ya a fines del periodo de López Portillo, la crisis petrolera y los intereses de la deuda externa pusieron en serios aprietos al Estado mexicano. La primera gran crisis económica mexicana apareció bajo la luz del neoliberalismo. A esto se suma el comienzo de la apertura del mercado mexicano a los productos internacionales, particularmente de los Estados Unidos. En 1979, México había desregulado algunas barreras arancelarias; cuestión que se incrementaría en 1986 con su entrada al GATT. Las empresas nacionales, tanto privadas como públicas, sufrieron la terrible presión de artículos a bajo precio provenientes del exterior.

Al mismo tiempo, las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) se iban recrudeciendo para servir a los grandes capitales. Los países que solicitaban préstamos para soportar las crisis inducidas desde el exterior, eran sometidos a grandes presiones para que los gobiernos aplicaran las reformas al Estado que Friedman y los Chicago Boys consideraban necesarias para unas finanzas públicas sanas. Y sólo entonces poder dar luz verde al flujo de crédito internacional: los países tenían que dar apertura a sus mercados, privatizar las empresas estatales, reducir el gasto público y establecer una legislación “competente” en materia laboral. La apertura a los capitales golondrina se daría en forma espectacular años más tarde bajo el gobierno salinista; tan espectacular como su salida de la Bolsa Mexicana de Valores con destino a Asia.

La venta de las empresas públicas mexicanas, con el pretexto de su incapacidad para competir -si no es que se exponía sin reparos la innecesaria actividad estatal en esas áreas-, arremetió durante Miguel de la Madrid, cuando el Estado mexicano se deshizo de aproximadamente mil empresas públicas. Esta venta de empresas estatales provocó que miles de personas quedaran sin empleo de la noche a la mañana y fuesen recontratadas –si la reingeniería lo permitía- bajo otras condiciones laborales. Las prácticas de contratación laboral se fueron haciendo cada vez más laxas hasta presentar esquemas por demás abusivos como la carencia de un contrato fijo, la contratación por periodos cortos de empleo, el uso de “contrato” por honorarios, la doble contabilidad para evitar el pago de utilidades, la evasión del registro ante el IMSS y en el otorgamiento de las prestaciones de ley, seguido de un largo etcétera. Eso sí, se apegaban estrictamente a un bajísimo salario mínimo que no cubría –ni cubre hoy día- ninguna de las necesidades básicas del trabajador.

Por supuesto, la aplicación de la doctrina Friedman en México tenía la facilidad del partido único gobernante. Este equilibrio favorable a las instituciones extranjeras y al poder interno de los varios millonarios que estaban haciendo fortuna a costa de millones de pobres, se vio tambaleante cuando en 1988 la izquierda iba a la cabeza en las elecciones presidenciales. Por un infortunado “problema técnico” en el sistema del IFE, el partido en el gobierno obtuvo de nuevo la victoria y la consecuente aplicación de las normas de la Escuela de Chicago.

Con Salinas de Gortari, los lineamientos del FMI y BM se hicieron más visibles. La autonomía del Banco Central (uno de los lineamientos de Friedman y cuyo gobernador continúa en el poder ¡desde 1998!), la emisión de una nueva moneda para controlar la inflación y evitar brotes masivos de protesta, la liquidación de las empresas públicas del ramo de las telecomunicaciones y las concesiones a empresas privadas para el manejo de carreteras (después rescatadas con dinero público), los bancos (también rescatados con dinero de los contribuyentes) y un largo etcétera. Los resultados: la creación de fortunas individuales catalogadas entre las más importantes del mundo (y la primera de América Latina), el aumento de la pobreza a niveles del 60% de la población (aunque en el peor momento de la crisis de los 90 el porcentaje fue mucho más alto y muchos mexicanos entraron en el umbral de la pobreza extrema), el aumento del “excedente” de mano de obra que tuvo que emigrar a EU, el consecuente aumento de la violencia y la inseguridad, además del crecimiento de las prácticas de corrupción que van aunadas al capitalismo sin restricciones como lavado de dinero, fraudes multimillonarios, compra de empresas públicas a precios muy por debajo de su valor real, clientelismo, asignación de obras públicas bajo esquemas sospechosos…

III

Las historias de los gobiernos de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón no difieren en absoluto. Ernesto Zedillo lidió con la crisis del peso mexicano: el “error de diciembre”, que era la consecuencia de la política económica internacional: la fuga masiva de capitales que carecían de regulación alguna. Para los 90, los mercados asiáticos prometían mucho más que los latinoamericanos.

El nefasto sexenio de Vicente Fox no sólo remató con las funciones del Estado –sobre todo por su incapacidad de gobernar- , sino que ligó en forma abierta y descarada la política económica interna con los lineamientos ejecutados por su “amigo” Bush –el presidente con mayor énfasis en el libre mercado sin restricciones de los Estados Unidos-.

Las elecciones de 2006 abrieron las posibilidades de cambiar la pésima situación de millones de mexicanos. Por desgracia, los muy cuestionados y cuestionables resultados mantuvieron en el poder a los políticos del neoliberalismo. La línea dura de los ricos más ricos, el Consejo Coordinador Empresarial, aplicó en forma más que descarada los recursos económicos que le sobran para enviar mensajes mediáticos de miedo a la población. La idea de que Andrés Manuel López Obrador subiera el poder era –por supuesto sólo en el papel- una oportunidad para romper con la imposición del capitalismo sin restricciones y el fin de las ganancias a costa de la explotación masiva y sistemática de millones de mexicanos y el uso del Estado para el beneficio privado. Se esperaba que, como el resto de América Latina lo estaba -y está haciendo-, triunfara el partido de izquierda (aunque sobre los ideales políticos del perredismo me mantengo al margen). Sin embargo, en esta ocasión, como en muchas otras, México fue siempre del lado contrario de los sucesos en Latinoamérica.

Aún existen empresas públicas de vital importancia para la economía del país; son las empresas estratégicas que los capitales internacionales están ansiosos por comprar: petróleo, electricidad, sistema de aguas, siguen en la lista de liquidación. En meses pasados ya el gobierno logró el cambio legal para la apertura de algunas áreas de Pemex a capitales privados. Es sólo un paso en la posterior venta de la mayor paraestatal.

Pero los requerimientos internacionales de una “sana política económica” no sólo se centran en la privatización sino en la reforma estructural de áreas de apoyo al sistema como una legislación laboral que genere trabajadores “más competentes”. Ello quiere decir que la ley debe permitir los despidos masivos, la eliminación del salario mínimo y de prestaciones “costosas” para las empresas, además de un pretendido aumento de 8 a 10 horas de trabajo. Por supuesto, las consecuencias son la figura endeble del trabajador, salarios con capacidad de compra cada vez menor gracias al ajuste a los esquemas salariales y laborales al mundo “competitivo” de Asia o Centroamérica. Eso sin olvidar del control histórico del Estado sobre los sindicatos: a través de ello se ha podido constatar más de una vez la declaración de la ilegalidad de huelgas para evitar la confrontación con el capital bajo la amenaza de su salida del país.

La reforma a la ley del ISSSTE es resultado de otra de las peticiones del FMI con respecto a las pensiones, por no hablar de la consolidada, años atrás, privatización de las pensiones del IMSS en las Afores.

No hay que olvidar, de ninguna manera, los aspectos de educación y sanidad. La sostenida huelga en la UNAM del 99 y las demandas por seccionar la universidad y abolir la gratuidad de la instrucción pública, son conceptos importantes en las políticas neoliberales y que urgen las instituciones financieras internacionales.

Estas líneas se puede observar en las patéticas propuestas de vales de educación y sanidad del Partido Verde Ecologista, por no mencionar la ilógica postura de un partido supuestamente ecologista con la pena de muerte. En lugar de que los diputados y senadores laboren porque el Estado logre el mejoramiento de la educación y el servicio médico, abogan porque aquél se desentienda de una de las tareas más importantes que debe mantener. El uso de vales del Estado no es otra cosa que canalizar el dinero público destinado al cumplimiento de dos importantes rubros de actividad gubernamental a la iniciativa privada. ¿Quién será el beneficiado con millones de pesos del erario público para la compra de medicamentos en farmacias privadas y a precio de mercado?

En consecuencia, habrá que pensar muy bien por quién se vota en estas elecciones para que el Poder Legislativo esté lo más equilibrado posible y pueda limitar la liquidación del Estado mexicano.

martes, 31 de marzo de 2009

Entre la ilusión y la desilusión. Crisis ideológica en la Nueva España.


Manuel Gerez del Río

Fray Gerónimo de Mendieta, fraile franciscano originario de Vitoria (Álava), llegó a México hacia 1554. Desempeñó diversos cargos de importante jerarquía dentro de la Orden de San Francisco. Los años que laboró en la tarea evangelizadora, le permitieron obtener un profundo conocimiento de la sociedad indígena que, junto a la realidad del tiempo en que escribe su obra (Historia Eclesiástica Indiana), lo llevó a exponer interesantes ideas políticas que permean una época de crisis en las mentalidades de los hombres que vivieron a lo largo del siglo XVI en México.

Mendieta plantea su pensamiento político bajo dos circunstancias: la realidad de la crisis de la sociedad novohispana de fines de siglo XVI y la construcción de un pasado idílico.

La crisis novohispana implica cuestiones muy diversas que abarcan aspectos estructurales de la economía, lineamientos políticos de Corona, demográficos, institucionales, sociales, entre otros, pero para el fraile vasco tal vez el aspecto más significativo es la regresión que en materia de religión presentan los indígenas y que lo lleva a la construcción de un pasado indígena virtuoso (seres inocentes como en la Edad de Oro) y una idea utópica del periodo del clímax de la evangelización.

Las ideas expuestas por el fraile han sido interpretadas como milenaristas y utópicas, con la construcción última de un reino indígena dirigido por frailes. Una idea yuxtapuesta entre el pensamiento lineal de principio y fin del milenarismo contra el pensamiento cíclico de un retorno a la “edad de oro” gracias a una población indígena con los atributos que los frailes les conferían. La modificación de la otredad estaba manipulada por la deconstrucción de la realidad del pensamiento europeo para formar un discurso utópico americanista. Este discurso renacentista estaba, sin embargo, muy pasado de moda para el periodo que Mendieta lo proponía (hacia 1564 en una carta dirigida a Felipe II).

Del análisis de la obra Historia Eclesiástica Indiana, obra terminada entre 1596 y 1604, y de tres epístolas dirigidas a Felipe II, Juan de Ovando (presidente del Consejo de Indias), y al provincial de la Orden, fray Francisco de Bustamante, respectivamente, podemos observar que Mendieta, como muchos hombres de este periodo, vive una terrible crisis ideológica ante la realidad de la Nueva España; un tránsito y restructuración de las ideas políticas del humanismo a la ortodoxia impuesta por el Concilio de Trento y que el siglo XVII histórico (que inicia en 1570) establecía.

Mendieta representa una persona que ha vivido los cambios ideológicos del siglo XVI y que en suma presenta varias ideas desprendidas de todos esos lineamientos: erasmista, milenarista, utópico, agustiniano, y, como persona y fraile afectado por la aplicación de la Contrarreforma, ortodoxo.

El tiempo, en Mendieta, se trastoca. Encontramos la utopía del mundo irrealizable de la época de oro; una nostalgia por ese poder ser que nunca fue. La repetición de las catástrofes que ya había observado Motolinía: hambre, guerra y despoblamiento, frente a un fin de siglo azotado por las epidemias, el exceso de tributos y explotación.

Es así como tenemos momentos temporales que se entremezclan: la época de oro: una fácil evangelización, respuesta vigorosa de los indígenas hacia la nueva fe; época social de caos causada por la inestabilidad interna del gobierno español, el abuso de poder de los diversos grupos de interés, choque en la interpretación metodológica de la evangelización; una época terrible iniciada por la muerte de Velasco y la llegada del juez Valderrama: repartimiento (sistema compulsivo de trabajo), tributos, acaparamiento de tierras indígenas y grandes epidemias, decaimiento de la fe indígena, pérdida de poder de los mendicantes ante la secularización de la iglesia, cambio de la política real respecto a la Iglesia; época de utopía: postulación de los puntos del programa político de Mendieta: separación de las repúblicas de españoles y de indígenas (que para fin de siglo la realidad social la hacía inviable), gobierno fuerte de la Corona, disminución del poder de la Audiencia, y la creación de territorios autónomos donde los frailes gobernaran a los indígenas. Motolinía pervive en la idea política de Mendieta. Él repite la crítica por el desorden político: la Corona lejana, el virrey y la audiencia corruptos, entre otros. Es un hecho que el padre político de Mendieta es Motolinía. ¿Hasta qué punto es milenarista, utopista? ¿Hasta qué punto afecta sus escritos la Contrarreforma? ¿El desencanto es tan fuerte en Mendieta que se refleja en un pensamiento de crisis ideológicas donde trata de diversas maneras de interpretar su actualidad a la luz del pasado sobre el presente, del presente como correspondencia del pasado?

domingo, 9 de noviembre de 2008

Indigenismo e indianismo

Por Manuel Gerez*

¿Indio o indígena?
Los indios de México, o indígenas, si es que el término pretende ser más suave, pertenecen a un archipiélago lingüístico y cultural que cubre a lo largo y ancho el territorio nacional. Nos enfrentamos, sin embargo, a una problemática de definición social y cultural mucho más amplia, comenzando con la existencia de diversas corrientes que son contradictorias hacia dentro de la cultura indígena. Hay un ala que pretende una defensa férrea de las tradiciones, mientras que otra se postula por desarrollar una nueva propuesta de su cultura dentro del marco de la vida contemporánea del resto del país.
Con el concepto indígena entendemos la definición decididamente excluyente de esos grupos humanos descendientes o pretendidamente descendientes de los pueblos que habitaban México antes de la llegada de los conquistadores españoles.
El término indio deriva del error nominativo y de percepción al que incurrieron los primeros exploradores europeos al confundir América con las Indias. El nombre de las Indias Occidentales se mantuvo en buena medida a lo largo de los tres siglos coloniales; por lo que a los habitantes oriundos de estas tierras se les asignó el gentilicio de indios.


Identidad étnica
El término indio o indígena no genera un sentido de pertenencia o identidad. Para los indígenas su identidad está basada en la pertenencia a la comunidad de donde provienen, generalmente una comunidad rural. Aquí los habitantes reproducen su lengua y sus tradiciones, de manera que la tensión con el exterior incide fuertemente en la cohesión al interior. El término indígena, de este modo, se refiere a una identidad que comparte el individuo con un grupo que se considera o es tratado como similar y conforma una categoría social. La identidad compartida aproxima pero también discrimina: nosotros somos frente al otro, que es diferente.
Otro concepto utilizado para definir a estos grupos es el de etnias. Las etnias son conceptos con pretensiones históricas profundas. Las etnias cuentan con toda una cosmovisión que los sitúa dentro de la Creación, como descendientes de un dios compartido que los escoge para dominar un territorio o a otros pueblos. Estos mitos tan profundos como antiguos llevan, en la mayoría de los casos, un mensaje de superioridad, como lo ha establecido Enrique Florescano. Mito e historia son partes constitutivas de las etnias, sea para bien o para mal.
Pero las identidades étnicas no son inamovibles y el hombre tiene derecho a la búsqueda de su propia identidad cultural, aun fuera del espacio donde nació. Existen personas que buscan su pertenencia e identidad en otra cultura, olvidándose y hasta rechazando la de su origen. Por el contrario, hay personas que luchan por conservar su identidad étnica y cada uno de los elementos culturales que se le asignan como representativos de esa etnia.
Las identidades étnicas pueden estar agrupadas en diversos territorios que van desde el barrio hasta conjuntos de dimensiones mucho mayores. Sin embargo, cuanto más amplios son los agregados menos los rasgos compartidos, por lo que se tiende a disolver y a confundir con otras identidades sustentadas en la religión o la lengua, que pueden contener una o más etnias.


Lengua
Actualmente en México, según el recuento del antiguo Instituto Nacional Indigenista, se hablan 62 lenguas indígenas. Lenguas, no dialectos; éstos incrementarían el recuento en varios cientos: tan sólo en Oaxaca se hablan cerca de 40 dialectos, ininteligibles entre unos y otros aunque pertenezcan al mismo tronco lingüístico. (Ver el mapa lingüístico de México http://www.igeograf.unam.mx/iggweb/pdf/publicaciones/atlas/atlas/poblengind1980.jpg) La zona maya, por mencionar un ejemplo de etnia, cuenta con gran variedad de lenguas: más de una veintena, que se encuentran desperdigadas tanto en espacios geográficos muy amplios (maya yucateco) como en apenas unas comunidades (motozintleco).
Algunas de las lenguas indígenas desaparecen dramáticamente año con año sin que existan programas efectivos de preservación lingüística. Cabe recordar que la UNESCO establece como patrimonio cultural de la humanidad las miles de lenguas que se hablan en el mundo, y el esfuerzo por evitar su desaparición nos incluye a todos.
En Querétaro al menos se hablan tres lenguas indígenas: el pame, el otomí y, en menor medida, el huaxteco; sin embargo, los censos del INEGI permiten observar la presencia, aunque no significativa, de otras lenguas producto de la inmigración: el purépecha, el mazateco, el triqui y hasta el maya yucateco.



Supraetnicidad del concepto
El concepto de indio es supraétnico: se aplica a todas las etnias originarias del Nuevo Mundo, a los nativos, pese a la imprecisión de esos términos. El vínculo tiene mucho peso, ya que, por ejemplo, no se les llama grupos étnicos a los catalanes, ni a los vascos, ni franceses, ni italianos. En cambio, sí se les llama etnia a los habitantes morenos de la costa oaxaqueña, por ser descendientes de los grupos de esclavos africanos que trajeron los españoles durante la Colonia. Esto reafirma la tendencia que el término etnia e indígena está cargado de prejuicio y racismo.
La categoría supraétnica de indígena tardó mucho en asumirse por quienes la agrupaban, si es que acaso se ha asumido. La identidad “indígena” ha ganado presencia y legitimidad hasta conformar en la actualidad una corriente política importante en el país y entre las etnias de México, gracias a que a partir de la segunda mitad del siglo XX se han propiciado foros y condiciones para que las demandas indígenas, que se suponen compartidas por todos, ocupen el primer lugar por encima de las identidades étnicas primarias.


Indigenismo
La aparición del término indigenista, acuñado a partir del español indígena, como denominación de toda una corriente ideológica o de opinión pública tendiente, en términos generales, al tratamiento apologético del indígena o lo indígena, ha llegado a confundir a la mayoría de las personas en su aplicación correcta.
No obstante que existe una clara tendencia de los pobladores no indígenas de Latinoamérica al indigenismo, que se ha desarrollado desde los primeros contactos entre europeos y americanos a fines de siglo XV, su definición no se lleva a cabo sino hasta el siglo XX. Este término, aunque se ha diversificado en varias áreas del conocimiento y las artes, se inició como un conjunto de explicaciones sobre los indígenas, su cultura y hasta su “raza” en términos de formación e integración de la ciudadanía y lo nacional en los Estados nacionales del siglo XIX, y que en México cobra mayor ímpetu en años posteriores a la Revolución como parte del discurso político.
El movimiento indigenista no es la manifestación de un pensamiento indígena, sino un reflexión criolla y mestiza sobre el indio. De hecho se presenta como tal, sin pretender en absoluto hablar en nombre de la población indígena. Esto no impide que tome decisiones acerca de su destino en sus propios lugares, según los intereses superiores de la nación tal y como son concebidos por los indigenistas. Eso es precisamente lo que se le reprocha al indigenismo, desarrollado a partir del decenio de 1970, el cual pretende ser la expresión de aspiraciones y reivindicaciones auténticamente indias.
A partir de la década de 1970, como respuesta al enquistado indigenismo, surge el concepto de indianista. ¿En qué sentido? Desde sus inicios, el discurso indigenista ha experimentado todas sus variaciones discursivas y conformación ideológica desde el no indígena.
Españoles, criollos y mestizos, en diversos momentos históricos, han establecido un discurso de idealización del indígena y lo indígena. Así, los grupos indígenas, o al menos investigadores y gente entusiasta, han apoyado para que se conozca la otra versión del ser indígena, su cultura y su historia: aquella que viene desde los propios indígenas. A esta tendencia en contra del indigenismo –nombre de por sí siempre cuestionado- se le denominó indianismo. Surgen entonces organizaciones indianistas por toda la región latinoamericana. En México aparece la Coordinación Nacional de los Pueblos Indígenas y la Confederación Nacional de los Pueblos Indígenas, así como el CNI (Congreso Nacional Indígena).
Llegados a este punto podemos afirmar que indígena denomina a la persona cuyas características –nada sencillas de definir- lo adscriben a una cultura diferente a la Occidental. Indígena es utilizado en diversas formas. Existe una cultura indígena, un grupo indígena, artesanía indígena, hasta agricultura y comercio indígenas.
Si por el contrario decimos literatura indigenista, no estamos hablando de la creación literaria indígena, como podría ser el Popol Vuh o los Chilam Balam, por mencionar algunos textos de origen indígena, o bien los textos generados a partir de talleres literarios en lenguas indígenas, del que Carlos Montemayor es un asiduo promotor; sino de la creación literaria de escritores no indígenas. Por ejemplo, algunas obras de Rosario Castellanos, Bruno Traven, José Bonifaz Nuño, entre muchos más. Así, puede existir teatro indigenista, música indigenista, pintura indigenista, escultura indigenista.
Si bien hay que matizar los objetivos de la producción artística indigenista, encaminada desde principios de siglo XX a la conformación de una cultura nacional diferenciada de Europa mediante la figura original del indio y lo indígena, donde entraría la obra del muralismo mexicano, la música de Chávez –no de Óscar sino de Carlos- o de Candelario Huízar, la obra literaria de Miguel Ángel Menéndez (Nayar, 1940), Gregorio López y Fuentes (El indio, 1935), entre otros mexicanos y latinoamericanos, producida entre 1920 y 1940, las obras posteriores también son consideradas indigenistas, aunque no pretendan ya aquel objetivo de una nación unificada y monocultural, sino a la exposición de una realidad indígena tan cruda como lo hacen Bruno Traven en La rebelión de los colgados, o El oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, donde una extrapolación de la guerra de castas en Chiapas (la Guerra de Santa Rosa) a la época del cardenismo sirve de reflexión existencialista a la autora. También el indigenismo tiene fruto en la arquitectura, donde la disciplina reconsidera las formas aztecas, incas y mayas de la arquitectura, empleando materiales novedosos como es el hormigón y el vidrio.
De entre los diversos ejemplos con que contamos, la obra de Pedro Ramírez Vázquez, el Museo Nacional de Antropología e Historia, de la ciudad de México, será su mejor expresión. Otros ejemplos de la arquitectura indigenista son el edificio del Diario de Yucatán y el parque y biblioteca municipales en la ciudad de Mérida. Los hay también en la ciudad de México: el Museo Anahuacalli, el extremo de las transposición arquitectónica; o bien casas como la situada en canal de Miramontes, de clara influencia estilística de la zona de Mitla, Oaxaca.




Bibliografía
Warman Arturo, Los indios mexicanos en el umbral del milenio, México, FCE, 2003.
Favre, Henri, El indigenismo, México, FCE, 1988 (Colección Popular, 547)
Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México, 3ª. ed., México, FCE-El Colegio de México-El Colegio Nacional, 1996 (Cuadernos de la Gaceta, 90)

* Publicado en Libertad de Palabra, 12 de diciembre de 2005.