martes, 4 de mayo de 2010

miércoles, 14 de abril de 2010

Curso de Estudios de Cultura Mexicana


Imparte: Manuel Gerez del Río
Del 3 de mayo al 11 de diciembre de 2010
Lunes de 18:30 a 20:30 hrs
Historia, arte y literatura
Módulos
I. Mesoamérica
II. El Virreinato de la Nueva España
III. El México Independiente (siglo XIX)
IV. El México Contemporáneo (siglo XX)
Costo por módulo: $600.00
Cada módulo tiene una duración de 14 horas (7 sesiones)
Museo de la Ciudad
Guerrero Norte, 27 Centro Histórico
Querétaro

martes, 5 de enero de 2010

Curso Civilización Maya

Lunes y Miércoles de 17:00 a 19:00 hrs
Del 11 de enero al 3 de febrero de 2010
Museo de la Ciudad
Guerrero Norte, 27 Santiago de Querétaro

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cafés y comportamiento social













Manuel Gerez del Río

El espacio del Starbucks como un foro de actividad (Amos Rapoport), como escenario de actividad donde se lleva a cabo el drama cultural de “ir a tomar café”, no podemos limitarlo a una sola línea interpretativa. Es espacio global, de identidad, de consumo, de estilo de vida, de marca, espacio privado que pretende ser público; es restrictivo. Y en todas estas líneas hermenéuticas de la espacialidad se expresan los elementos no fijos (gente) y sus relaciones culturales. A ello cabe agregar el “no lugar” de Marc Augé, pues a pesar de que los espacios son apropiados culturalmente por los actores sociales, estos lugares por sí mismos pretenden ser globales, sin identidad cultural, sólo aquella que la expresión de la imagen y el estilo que la marca pretende de sí misma y de sus clientes.

El comportamiento de los actores sociales es diverso. Encontramos una expresión simbólica del éxito individual, el asistente pretende pertenecer a un grupo social específico que se determina por varios factores culturales y que confluyen en el espacio físico: nivel económico, moda y marca, gesticulación. Seguramente la mayoría de los clientes comparten más o menos el mismo mapa de foros de actividades: escuelas, trabajo, barrios, transporte, esquemas de pensamiento similares. Las formas de comportamiento social derivan de diversos factores culturales. Sin embargo, el fenómeno de un espacio físico como Starbucks y la afluencia de gente tan parecida responde a esquemas de comportamiento social que se gestaron a partir de los años 50 y 60 como parte del posmodernismo y la globalización a partir de la década de los 80. Los sociólogos han percibido una serie de comportamientos específicos del posmodernismo entre los que desataca el culto a sí mismo (al cuerpo, a la imagen personal), la pérdida de las relaciones colectivas, una nueva religiosidad, creencia absoluta en la tecnología, la modificación de los sistemas de pensamiento cotidianos como consecuencia de la tecnología (mente electronizada: Jean Baudrillard), la frivolidad no como una manifestación de la vida cotidiana sino como parte esencial de la cotidianidad: la frivolidad se vive y se sufre, entre otros varios. La modernidad líquida de Z. Bauman se aplica en lo efímero de las relaciones sociales. Tal vez la catastrófica percepción de la pérdida de la conversación no se haya consolidado, pero los profundos cambios que se observan en el Starbucks es sintomático: gente que se conoce, que comparte la misma mesa, pero que la tecnología los transporta a la hiperrealidad, los desprende del espacio en que están, la relación con el otro que le acompaña a tomar café, desaparece.

Si a ello aunamos los esquemas de hiperconsumo generados a partir de la aplicación del neoliberalismo y la consiguiente globalización, con la unificación (democratización) del consumo: desde los 80 y particularmente desde los 90 la unificación del mundo en actos de consumo iguales es apreciable en cualquier punto del globo. De aquí la emergencia de los espacios globales: el Starbucks es exactamente igual en cualquier parte del mundo, tanto el entorno construido como los elementos semifijos (sillas, mesas, cuadros) y fijos (la construcción). En este punto cabe agregar las tesis sobre consumo e identidad que amplía Naomi Klein con su análisis de la invasión de las marcas tanto en espacios públicos como en la vida cotidiana. El hiperconsumo se vuelve parte esencial de la vida cotidiana. Los aspectos teóricos que convergen en este punto son varios: el consumismo genera identidad, el consumismo desarrolla espacios de simulación: simulan elementos hiperreales específicos para consumidores específicos. Klein explica que las marcas invaden todos los aspectos de la vida. Ahora no sólo es la compra de una marca sino la creación de toda una identidad, de un modo de vida a través de la marca. Va desde el jean que uno usa hasta el tipo de auto, la casa, el barrio y las vacaciones de marca (otro espacio de simulación: Disneylandia).

Así, el entorno construido de Starbucks adquiere significados específicos. Tanto su ubicación: barrios con cierto nivel socioeconómico, plazas comerciales (los postespacios), edificios de negocios, etc. El Starbucks, como mencionamos arriba, forma parte de una serie de foros de actividad que sigue la gente en su vida cotidiana. El tránsito diario de lo local al postespacio, ese diario transitar de foros de actividades hasta los centros comerciales que se han convertido en espacios de recreación, crea identidades fragmentarias. Cada espacio en que nos desarrollamos nos genera una identidad específica.

Los colores del Starbucks, los muebles, los colores de los muebles, la decoración, etc. corresponden a los que su director Howard Schultz menciona como la experiencia Starbucks. Dudo mucho que la mayoría de los asistentes a Starbucks lo haga porque la empresa dice que realiza comercio justo, que cuidad del medioambiente; dudo que el cliente piense en “la importancia de su taza de café” como culminación de toda una cadena de producción justa y de apoyo comunitario. Lo que sí percibe el consumidor es la “experiencia Starbucks” en el sentido de que el espacio crea condiciones de comodidad pero también integra las expectativas de frivolidad de los actores sociales. Esta frivolidad manifiesta del posmodernismo en lo cotidiano (de ahí que poco importe si Starbucks paga precios garantizados por el café a los campesinos guatemaltecos), se manifiesta en las formas de expresión culturales que se desarrollan en una espacio donde el hecho social de tomar café es la manifestación de una serie de elementos culturales de un sector de la población: no sólo de la pertenencia a una clase social sino a los que pretenden pertenecer a esa clase social o a los que comparten identidades que se expresan como ese estilo particular de vida donde el acto de consumo frenético, la frivolidad de las pláticas, la teatralidad de las gesticulaciones y movimientos corporales expresan imágenes de seguridad, éxito, popularidad frente a la soledad, incapacidad de relacionarse, cambios en los modos de socializar y, lo que más salta a la vista, la socialización a través de la tecnología: abundancia de computadoras portátiles, celulares, etc. que hacen que la gente esté y no esté en el lugar, esté y no esté conviviendo con las demás personas que comparten la mesa, donde las pláticas no son lineales sino zigzagueantes ya que la preocupación por el celular, por los mensajes, por el chat son muchos más importantes que la relación interpersonal presente en el lugar.

El espacio de Starbucks es espacio de identidades porque a pesar de una supuesta apertura y tolerancia (“Starbucks no discrimina…”) la comunicación del entorno construido, por un lado, los precios de los productos y los elementos no fijos, por el otro, excluyen y restringen el acceso a la otredad, entendida como aquellos que no comparten los esquemas culturales (ropa, autos, pensamiento, intereses, nivel económico, etc.). Tan claro es el espacio como identidad que William Roseberry ha sugerido la tesis de la aparición de los cafés de yuppies y la reimaginación de clase en los Estados Unidos. ¿Sucede el mismo fenómeno en México, en Querétaro? Me parece que sí. Si el fenómeno yuppie (a pesar de la anacronía del término) traspasó sus fronteras de clase con la masificación de estos cafés, la idea del gourmet permeó a otros sectores. En México ancló mucho más por este requerimiento de los grupos equiparables a la clase media y alta a sentirse en el mundo global, como si asistir a estos lugares les abriera las puertas al cosmopolitismo que, como modo de pensamiento, carecen y se limitan a la localidad. Recordemos que Henri Lefebvre consideraba que los cafés ayudaban a entender la formación de grupos sociales: intelectuales, escritores, políticos, etc. De los grupos sociales que asistían a cafés independientes con pretensiones de “gourmet”, de exclusividad, migraron a Starbucks. No olvidemos que estos espacios también se constituyen como referencias en espacios urbanos, como lugares de reunión aunque sea momentánea para de ahí dirigirse a otros foros de actividad; como efecto club (Pierre Bordieu) por la asistencia cotidiana al mismo lugar (el reconocimiento de la misma gente que comparte el mismo espacio).

jueves, 10 de septiembre de 2009

Curso Introductorio de Arquitectura Religiosa Novohispana del siglo XVI


8 sesiones. Miércoles 18:30 a 20:00 hrs. Del 23 de septiembre al 11 de noviembre de 2009. Costo: $900.00 Incluye material.
Museo de la Ciudad
Guerrero Norte, 27 Centro Histórico

viernes, 31 de julio de 2009

Museo de la Ciudad: Curso Taller Epigrafía Maya 1



Epigrafía Maya 1: el registro del tiempo en el mundo maya
Museo de la Ciudad del 22 de septiembre al 15 de octubre de 2009. Martes y jueves de 18:30 a 20:00 hrs. Costo: $900.o00 Incluye material.

jueves, 16 de julio de 2009

De la tradición a la escenificación

Manuel Gerez del Río

El pasado se convierte en un activo configurador del presente en todos los ámbitos de la vida humana. La memoria colectiva, fuera del marco institucional, selecciona de una forma u otra los elementos culturales del pasado para la creación de la tradición.

La gente lleva consigo una carga cultural muy amplia y diversa que la determina como parte de una cultura: formas del habla, expresiones, gesticulaciones, vestimenta, comida; pero también como grupo: elementos de comportamiento colectivo que se expresan a través de fiestas, rituales, bailes, cuyo significado específico sólo los integrantes de esa colectividad comprenden y viven como experiencia común.

Un ejemplo de ello sería una danza específica en una población del país con motivo de la cosecha, asociada a las fiestas de una imagen religiosa específica. Tanto el bailable (su conformación en pasos y movimientos) como la música y los rituales asociados son comprendidos, asimilados y vividos por los integrantes de la colectividad, mientras que una persona ajena al grupo lo vería como una expresión artístico-cultural cuyo significado se le escapa a toda costa.

¿Qué sucede cuando los grupos humanos migran? De diversas maneras, por supuesto, el grupo se mantiene cohesionado culturalmente. En su momento, si el número de individuos y la organización –además de muchos otros factores- así lo permite, se agruparán como colectividad cuya identidad -el sentido de pertenencia- se mantiene y fortalece.

La expresión como colectividad de estos grupos fuera de su comunidad está marcada por el ejercicio de fiestas y celebraciones que rememoran las llevadas a cabo en el lugar de origen. Sin embargo, el uso del folklore y de la tradición toma un nuevo sentido, no sólo por la recreación en sí misma sino por la pérdida del lazo al espacio simbólico-cultural de origen que es el que mantiene y sustenta el conjunto de signos y significados culturales. En el exterior, la expresión tradicional se torna en un drama folklórico, una escenificación cuyos asistentes dejan de ser elementos copartícipes de la reproducción de la tradición para convertirse en público o, en el mejor de los casos, en actores del drama folklórico.

Existen, por lo tanto, dos distinciones entre la tradición: la del lugar de origen cuya colectividad sigue, vive y reproduce la tradición, pues la cultura es dinámica; y la del exterior, la que forma grupos folklóricos cuya presentación se torna institucional, teatral en cuanto que se establece como espectáculo y cuyo público en casi todos los casos está escindido de la significación del acto tradicional interpretado: los pasos rituales de un baile, la monotonía de la música para entrar en trance, la vestimenta, los alimentos, la secuencia de movimiento a través de un espacio simbólico establecido.

El proceso de “tradicionalización”, que enfatiza el carácter procesional, construcción activa de conexiones entre el presente y un pasado significativo, involucra una selección intencionada del pasado en que los sentidos se recuperan en signos que, sacados del contexto original, vuelven a contextualizarse en una nueva cadena de signos que evoca los primeros pero resignificados: el festejo de Día de Muertos que pasa de una convivencia con los antepasados (sagrados), con tiempos marcados, a un concurso de altares carente de sentido y significación para el observante, salvo la reacción ante la estética de una obra artística.