jueves, 10 de diciembre de 2009

Cafés y comportamiento social













Manuel Gerez del Río

El espacio del Starbucks como un foro de actividad (Amos Rapoport), como escenario de actividad donde se lleva a cabo el drama cultural de “ir a tomar café”, no podemos limitarlo a una sola línea interpretativa. Es espacio global, de identidad, de consumo, de estilo de vida, de marca, espacio privado que pretende ser público; es restrictivo. Y en todas estas líneas hermenéuticas de la espacialidad se expresan los elementos no fijos (gente) y sus relaciones culturales. A ello cabe agregar el “no lugar” de Marc Augé, pues a pesar de que los espacios son apropiados culturalmente por los actores sociales, estos lugares por sí mismos pretenden ser globales, sin identidad cultural, sólo aquella que la expresión de la imagen y el estilo que la marca pretende de sí misma y de sus clientes.

El comportamiento de los actores sociales es diverso. Encontramos una expresión simbólica del éxito individual, el asistente pretende pertenecer a un grupo social específico que se determina por varios factores culturales y que confluyen en el espacio físico: nivel económico, moda y marca, gesticulación. Seguramente la mayoría de los clientes comparten más o menos el mismo mapa de foros de actividades: escuelas, trabajo, barrios, transporte, esquemas de pensamiento similares. Las formas de comportamiento social derivan de diversos factores culturales. Sin embargo, el fenómeno de un espacio físico como Starbucks y la afluencia de gente tan parecida responde a esquemas de comportamiento social que se gestaron a partir de los años 50 y 60 como parte del posmodernismo y la globalización a partir de la década de los 80. Los sociólogos han percibido una serie de comportamientos específicos del posmodernismo entre los que desataca el culto a sí mismo (al cuerpo, a la imagen personal), la pérdida de las relaciones colectivas, una nueva religiosidad, creencia absoluta en la tecnología, la modificación de los sistemas de pensamiento cotidianos como consecuencia de la tecnología (mente electronizada: Jean Baudrillard), la frivolidad no como una manifestación de la vida cotidiana sino como parte esencial de la cotidianidad: la frivolidad se vive y se sufre, entre otros varios. La modernidad líquida de Z. Bauman se aplica en lo efímero de las relaciones sociales. Tal vez la catastrófica percepción de la pérdida de la conversación no se haya consolidado, pero los profundos cambios que se observan en el Starbucks es sintomático: gente que se conoce, que comparte la misma mesa, pero que la tecnología los transporta a la hiperrealidad, los desprende del espacio en que están, la relación con el otro que le acompaña a tomar café, desaparece.

Si a ello aunamos los esquemas de hiperconsumo generados a partir de la aplicación del neoliberalismo y la consiguiente globalización, con la unificación (democratización) del consumo: desde los 80 y particularmente desde los 90 la unificación del mundo en actos de consumo iguales es apreciable en cualquier punto del globo. De aquí la emergencia de los espacios globales: el Starbucks es exactamente igual en cualquier parte del mundo, tanto el entorno construido como los elementos semifijos (sillas, mesas, cuadros) y fijos (la construcción). En este punto cabe agregar las tesis sobre consumo e identidad que amplía Naomi Klein con su análisis de la invasión de las marcas tanto en espacios públicos como en la vida cotidiana. El hiperconsumo se vuelve parte esencial de la vida cotidiana. Los aspectos teóricos que convergen en este punto son varios: el consumismo genera identidad, el consumismo desarrolla espacios de simulación: simulan elementos hiperreales específicos para consumidores específicos. Klein explica que las marcas invaden todos los aspectos de la vida. Ahora no sólo es la compra de una marca sino la creación de toda una identidad, de un modo de vida a través de la marca. Va desde el jean que uno usa hasta el tipo de auto, la casa, el barrio y las vacaciones de marca (otro espacio de simulación: Disneylandia).

Así, el entorno construido de Starbucks adquiere significados específicos. Tanto su ubicación: barrios con cierto nivel socioeconómico, plazas comerciales (los postespacios), edificios de negocios, etc. El Starbucks, como mencionamos arriba, forma parte de una serie de foros de actividad que sigue la gente en su vida cotidiana. El tránsito diario de lo local al postespacio, ese diario transitar de foros de actividades hasta los centros comerciales que se han convertido en espacios de recreación, crea identidades fragmentarias. Cada espacio en que nos desarrollamos nos genera una identidad específica.

Los colores del Starbucks, los muebles, los colores de los muebles, la decoración, etc. corresponden a los que su director Howard Schultz menciona como la experiencia Starbucks. Dudo mucho que la mayoría de los asistentes a Starbucks lo haga porque la empresa dice que realiza comercio justo, que cuidad del medioambiente; dudo que el cliente piense en “la importancia de su taza de café” como culminación de toda una cadena de producción justa y de apoyo comunitario. Lo que sí percibe el consumidor es la “experiencia Starbucks” en el sentido de que el espacio crea condiciones de comodidad pero también integra las expectativas de frivolidad de los actores sociales. Esta frivolidad manifiesta del posmodernismo en lo cotidiano (de ahí que poco importe si Starbucks paga precios garantizados por el café a los campesinos guatemaltecos), se manifiesta en las formas de expresión culturales que se desarrollan en una espacio donde el hecho social de tomar café es la manifestación de una serie de elementos culturales de un sector de la población: no sólo de la pertenencia a una clase social sino a los que pretenden pertenecer a esa clase social o a los que comparten identidades que se expresan como ese estilo particular de vida donde el acto de consumo frenético, la frivolidad de las pláticas, la teatralidad de las gesticulaciones y movimientos corporales expresan imágenes de seguridad, éxito, popularidad frente a la soledad, incapacidad de relacionarse, cambios en los modos de socializar y, lo que más salta a la vista, la socialización a través de la tecnología: abundancia de computadoras portátiles, celulares, etc. que hacen que la gente esté y no esté en el lugar, esté y no esté conviviendo con las demás personas que comparten la mesa, donde las pláticas no son lineales sino zigzagueantes ya que la preocupación por el celular, por los mensajes, por el chat son muchos más importantes que la relación interpersonal presente en el lugar.

El espacio de Starbucks es espacio de identidades porque a pesar de una supuesta apertura y tolerancia (“Starbucks no discrimina…”) la comunicación del entorno construido, por un lado, los precios de los productos y los elementos no fijos, por el otro, excluyen y restringen el acceso a la otredad, entendida como aquellos que no comparten los esquemas culturales (ropa, autos, pensamiento, intereses, nivel económico, etc.). Tan claro es el espacio como identidad que William Roseberry ha sugerido la tesis de la aparición de los cafés de yuppies y la reimaginación de clase en los Estados Unidos. ¿Sucede el mismo fenómeno en México, en Querétaro? Me parece que sí. Si el fenómeno yuppie (a pesar de la anacronía del término) traspasó sus fronteras de clase con la masificación de estos cafés, la idea del gourmet permeó a otros sectores. En México ancló mucho más por este requerimiento de los grupos equiparables a la clase media y alta a sentirse en el mundo global, como si asistir a estos lugares les abriera las puertas al cosmopolitismo que, como modo de pensamiento, carecen y se limitan a la localidad. Recordemos que Henri Lefebvre consideraba que los cafés ayudaban a entender la formación de grupos sociales: intelectuales, escritores, políticos, etc. De los grupos sociales que asistían a cafés independientes con pretensiones de “gourmet”, de exclusividad, migraron a Starbucks. No olvidemos que estos espacios también se constituyen como referencias en espacios urbanos, como lugares de reunión aunque sea momentánea para de ahí dirigirse a otros foros de actividad; como efecto club (Pierre Bordieu) por la asistencia cotidiana al mismo lugar (el reconocimiento de la misma gente que comparte el mismo espacio).

jueves, 10 de septiembre de 2009

Curso Introductorio de Arquitectura Religiosa Novohispana del siglo XVI


8 sesiones. Miércoles 18:30 a 20:00 hrs. Del 23 de septiembre al 11 de noviembre de 2009. Costo: $900.00 Incluye material.
Museo de la Ciudad
Guerrero Norte, 27 Centro Histórico

viernes, 31 de julio de 2009

Museo de la Ciudad: Curso Taller Epigrafía Maya 1



Epigrafía Maya 1: el registro del tiempo en el mundo maya
Museo de la Ciudad del 22 de septiembre al 15 de octubre de 2009. Martes y jueves de 18:30 a 20:00 hrs. Costo: $900.o00 Incluye material.

jueves, 16 de julio de 2009

De la tradición a la escenificación

Manuel Gerez del Río

El pasado se convierte en un activo configurador del presente en todos los ámbitos de la vida humana. La memoria colectiva, fuera del marco institucional, selecciona de una forma u otra los elementos culturales del pasado para la creación de la tradición.

La gente lleva consigo una carga cultural muy amplia y diversa que la determina como parte de una cultura: formas del habla, expresiones, gesticulaciones, vestimenta, comida; pero también como grupo: elementos de comportamiento colectivo que se expresan a través de fiestas, rituales, bailes, cuyo significado específico sólo los integrantes de esa colectividad comprenden y viven como experiencia común.

Un ejemplo de ello sería una danza específica en una población del país con motivo de la cosecha, asociada a las fiestas de una imagen religiosa específica. Tanto el bailable (su conformación en pasos y movimientos) como la música y los rituales asociados son comprendidos, asimilados y vividos por los integrantes de la colectividad, mientras que una persona ajena al grupo lo vería como una expresión artístico-cultural cuyo significado se le escapa a toda costa.

¿Qué sucede cuando los grupos humanos migran? De diversas maneras, por supuesto, el grupo se mantiene cohesionado culturalmente. En su momento, si el número de individuos y la organización –además de muchos otros factores- así lo permite, se agruparán como colectividad cuya identidad -el sentido de pertenencia- se mantiene y fortalece.

La expresión como colectividad de estos grupos fuera de su comunidad está marcada por el ejercicio de fiestas y celebraciones que rememoran las llevadas a cabo en el lugar de origen. Sin embargo, el uso del folklore y de la tradición toma un nuevo sentido, no sólo por la recreación en sí misma sino por la pérdida del lazo al espacio simbólico-cultural de origen que es el que mantiene y sustenta el conjunto de signos y significados culturales. En el exterior, la expresión tradicional se torna en un drama folklórico, una escenificación cuyos asistentes dejan de ser elementos copartícipes de la reproducción de la tradición para convertirse en público o, en el mejor de los casos, en actores del drama folklórico.

Existen, por lo tanto, dos distinciones entre la tradición: la del lugar de origen cuya colectividad sigue, vive y reproduce la tradición, pues la cultura es dinámica; y la del exterior, la que forma grupos folklóricos cuya presentación se torna institucional, teatral en cuanto que se establece como espectáculo y cuyo público en casi todos los casos está escindido de la significación del acto tradicional interpretado: los pasos rituales de un baile, la monotonía de la música para entrar en trance, la vestimenta, los alimentos, la secuencia de movimiento a través de un espacio simbólico establecido.

El proceso de “tradicionalización”, que enfatiza el carácter procesional, construcción activa de conexiones entre el presente y un pasado significativo, involucra una selección intencionada del pasado en que los sentidos se recuperan en signos que, sacados del contexto original, vuelven a contextualizarse en una nueva cadena de signos que evoca los primeros pero resignificados: el festejo de Día de Muertos que pasa de una convivencia con los antepasados (sagrados), con tiempos marcados, a un concurso de altares carente de sentido y significación para el observante, salvo la reacción ante la estética de una obra artística.

domingo, 5 de julio de 2009

Historia e historiadores

José Rubén Romero Galván, "Historia e historiadores", en Revista de la Universidad de México, Nueva Época, Número 64, Junio 2009, pp. 25-28. Versión PDF

viernes, 3 de julio de 2009

De memoria política y elecciones

Manuel Gerez del Río

I

En un enorme esfuerzo editorial mundial, el pasado año de 2007 salió al mercado el último libro de la periodista canadiense Naomi Klein, La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, reconocida por su anterior obra No Logo. Esta vez, se lanza con un extraordinario análisis del impacto de la globalización y los execrables lineamientos que se cocinan en las altas jerarquías políticas mundiales, de la mano de las empresas multinacionales, para implantar la apertura indiscriminada y a la fuerza de los mercados mediante políticas cuestionables en todos los aspectos.

Klein establece que una guerra, un golpe de Estado, un ataque terrorista o un desastre natural provocan un estado de shock entre la población, lo que limita su capacidad de percepción y de respuesta. Es el momento justo que se debe aprovechar para establecer las reformas necesarias para la implementación de políticas económicas que en otro momento serían rechazadas de inmediato. El triste ejemplo y laboratorio del capitalismo de shock es el golpe de Estado de Pinochet en Chile en 1973.

La idea del libre mercado sin regulaciones, donde el Estado sea un elemento cada vez menos participativo, se ha aplicado en todo el mundo bajo la dirección intelectual del economista estadounidense Milton Friedman y la llamada Escuela de Chicago de economía. En América Latina se le conoce como neoliberalismo.

La apertura desmedida de los mercados es fruto de la idea del capitalismo sin restricciones. Entre menos se interfiera en el “proceso natural” del capitalismo, es decir, sin ninguna interferencia en el juego del capital, el sistema se desarrollará de manera tal que la acumulación de riqueza en pocas manos comenzará a desbordarse hacia la base de la sociedad. Desgraciadamente, la implantación violenta del neoliberalismo ha tenido como consecuencia un aumento impresionante de desempleo y de pobreza extrema. Al paso de los años, la cascada de excedentes que se había presupuesto, jamás ha llegado a los pobres. Eso sí, las cifras de mil millonarios esta detentada en pocas manos, mientras las de pobres ha crecido en forma exponencial, precisamente en aquellas zonas donde las desigualdades sociales son más profundas.

Al respecto Klein realiza un interesantísimo análisis de la situación de shock provocada por el Consenso de Washington, el FMI, BM y la CIA en Chile, Argentina y Bolivia mediante golpes de Estado o la quiebra de la economía nacional y la implantación de un estado de terror. El caso de México es tratado someramente, y no porque no lo mencione. Simplemente, como ella lo indica, en los países de un solo partido en el gobierno fue mucho más fácil implantar las reformas neoliberales que quebraron al estado desarrollista.

En Argentina, el país latinoamericano con mejor nivel de vida hasta el inicio de los años 70, fue condenado al shock político-económico con la toma del país por la Junta Militar en 1976. De igual forma que Chile con el dramático bombardeo a la casa de La Moneda, los militares argentinos se preocuparon por llevar a cabo una política de terror mediante las desapariciones, los escuadrones de la muerte y todo un manual de tortura desarrollado por la CIA en los años 50, perfeccionado en Chile y llevado puntualmente en Argentina. El apoyo de los militares a las compañías privadas fue absoluto (baste mencionar que la compañía Ford regalaba al gobierno militar los Ford Falcon negros en los que se llevaban a cualquier sospechoso contra el régimen). El país fue quebrado y su población disminuyó en forma considerable sus patrones de vida. El endeudamiento del Estado fue impresionante y la Junta, con el apoyo del FMI y el BM, se encargó que la deuda pasara íntegra al nuevo gobierno democrático en 1982. La forzosa herencia de la deuda permitía a esas instituciones limitar el poder de movimiento del nuevo gobierno.

II

En México, la implantación del neoliberalismo y de la doctrina de Friedman comenzó en los años 70. Al igual que el resto de América Latina, en México se había presentado un enorme crecimiento industrial gracias a una política de protección a la industria nacional y a las grandes ganancias que reportaba el petróleo. Sin embargo, ya a fines del periodo de López Portillo, la crisis petrolera y los intereses de la deuda externa pusieron en serios aprietos al Estado mexicano. La primera gran crisis económica mexicana apareció bajo la luz del neoliberalismo. A esto se suma el comienzo de la apertura del mercado mexicano a los productos internacionales, particularmente de los Estados Unidos. En 1979, México había desregulado algunas barreras arancelarias; cuestión que se incrementaría en 1986 con su entrada al GATT. Las empresas nacionales, tanto privadas como públicas, sufrieron la terrible presión de artículos a bajo precio provenientes del exterior.

Al mismo tiempo, las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) se iban recrudeciendo para servir a los grandes capitales. Los países que solicitaban préstamos para soportar las crisis inducidas desde el exterior, eran sometidos a grandes presiones para que los gobiernos aplicaran las reformas al Estado que Friedman y los Chicago Boys consideraban necesarias para unas finanzas públicas sanas. Y sólo entonces poder dar luz verde al flujo de crédito internacional: los países tenían que dar apertura a sus mercados, privatizar las empresas estatales, reducir el gasto público y establecer una legislación “competente” en materia laboral. La apertura a los capitales golondrina se daría en forma espectacular años más tarde bajo el gobierno salinista; tan espectacular como su salida de la Bolsa Mexicana de Valores con destino a Asia.

La venta de las empresas públicas mexicanas, con el pretexto de su incapacidad para competir -si no es que se exponía sin reparos la innecesaria actividad estatal en esas áreas-, arremetió durante Miguel de la Madrid, cuando el Estado mexicano se deshizo de aproximadamente mil empresas públicas. Esta venta de empresas estatales provocó que miles de personas quedaran sin empleo de la noche a la mañana y fuesen recontratadas –si la reingeniería lo permitía- bajo otras condiciones laborales. Las prácticas de contratación laboral se fueron haciendo cada vez más laxas hasta presentar esquemas por demás abusivos como la carencia de un contrato fijo, la contratación por periodos cortos de empleo, el uso de “contrato” por honorarios, la doble contabilidad para evitar el pago de utilidades, la evasión del registro ante el IMSS y en el otorgamiento de las prestaciones de ley, seguido de un largo etcétera. Eso sí, se apegaban estrictamente a un bajísimo salario mínimo que no cubría –ni cubre hoy día- ninguna de las necesidades básicas del trabajador.

Por supuesto, la aplicación de la doctrina Friedman en México tenía la facilidad del partido único gobernante. Este equilibrio favorable a las instituciones extranjeras y al poder interno de los varios millonarios que estaban haciendo fortuna a costa de millones de pobres, se vio tambaleante cuando en 1988 la izquierda iba a la cabeza en las elecciones presidenciales. Por un infortunado “problema técnico” en el sistema del IFE, el partido en el gobierno obtuvo de nuevo la victoria y la consecuente aplicación de las normas de la Escuela de Chicago.

Con Salinas de Gortari, los lineamientos del FMI y BM se hicieron más visibles. La autonomía del Banco Central (uno de los lineamientos de Friedman y cuyo gobernador continúa en el poder ¡desde 1998!), la emisión de una nueva moneda para controlar la inflación y evitar brotes masivos de protesta, la liquidación de las empresas públicas del ramo de las telecomunicaciones y las concesiones a empresas privadas para el manejo de carreteras (después rescatadas con dinero público), los bancos (también rescatados con dinero de los contribuyentes) y un largo etcétera. Los resultados: la creación de fortunas individuales catalogadas entre las más importantes del mundo (y la primera de América Latina), el aumento de la pobreza a niveles del 60% de la población (aunque en el peor momento de la crisis de los 90 el porcentaje fue mucho más alto y muchos mexicanos entraron en el umbral de la pobreza extrema), el aumento del “excedente” de mano de obra que tuvo que emigrar a EU, el consecuente aumento de la violencia y la inseguridad, además del crecimiento de las prácticas de corrupción que van aunadas al capitalismo sin restricciones como lavado de dinero, fraudes multimillonarios, compra de empresas públicas a precios muy por debajo de su valor real, clientelismo, asignación de obras públicas bajo esquemas sospechosos…

III

Las historias de los gobiernos de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón no difieren en absoluto. Ernesto Zedillo lidió con la crisis del peso mexicano: el “error de diciembre”, que era la consecuencia de la política económica internacional: la fuga masiva de capitales que carecían de regulación alguna. Para los 90, los mercados asiáticos prometían mucho más que los latinoamericanos.

El nefasto sexenio de Vicente Fox no sólo remató con las funciones del Estado –sobre todo por su incapacidad de gobernar- , sino que ligó en forma abierta y descarada la política económica interna con los lineamientos ejecutados por su “amigo” Bush –el presidente con mayor énfasis en el libre mercado sin restricciones de los Estados Unidos-.

Las elecciones de 2006 abrieron las posibilidades de cambiar la pésima situación de millones de mexicanos. Por desgracia, los muy cuestionados y cuestionables resultados mantuvieron en el poder a los políticos del neoliberalismo. La línea dura de los ricos más ricos, el Consejo Coordinador Empresarial, aplicó en forma más que descarada los recursos económicos que le sobran para enviar mensajes mediáticos de miedo a la población. La idea de que Andrés Manuel López Obrador subiera el poder era –por supuesto sólo en el papel- una oportunidad para romper con la imposición del capitalismo sin restricciones y el fin de las ganancias a costa de la explotación masiva y sistemática de millones de mexicanos y el uso del Estado para el beneficio privado. Se esperaba que, como el resto de América Latina lo estaba -y está haciendo-, triunfara el partido de izquierda (aunque sobre los ideales políticos del perredismo me mantengo al margen). Sin embargo, en esta ocasión, como en muchas otras, México fue siempre del lado contrario de los sucesos en Latinoamérica.

Aún existen empresas públicas de vital importancia para la economía del país; son las empresas estratégicas que los capitales internacionales están ansiosos por comprar: petróleo, electricidad, sistema de aguas, siguen en la lista de liquidación. En meses pasados ya el gobierno logró el cambio legal para la apertura de algunas áreas de Pemex a capitales privados. Es sólo un paso en la posterior venta de la mayor paraestatal.

Pero los requerimientos internacionales de una “sana política económica” no sólo se centran en la privatización sino en la reforma estructural de áreas de apoyo al sistema como una legislación laboral que genere trabajadores “más competentes”. Ello quiere decir que la ley debe permitir los despidos masivos, la eliminación del salario mínimo y de prestaciones “costosas” para las empresas, además de un pretendido aumento de 8 a 10 horas de trabajo. Por supuesto, las consecuencias son la figura endeble del trabajador, salarios con capacidad de compra cada vez menor gracias al ajuste a los esquemas salariales y laborales al mundo “competitivo” de Asia o Centroamérica. Eso sin olvidar del control histórico del Estado sobre los sindicatos: a través de ello se ha podido constatar más de una vez la declaración de la ilegalidad de huelgas para evitar la confrontación con el capital bajo la amenaza de su salida del país.

La reforma a la ley del ISSSTE es resultado de otra de las peticiones del FMI con respecto a las pensiones, por no hablar de la consolidada, años atrás, privatización de las pensiones del IMSS en las Afores.

No hay que olvidar, de ninguna manera, los aspectos de educación y sanidad. La sostenida huelga en la UNAM del 99 y las demandas por seccionar la universidad y abolir la gratuidad de la instrucción pública, son conceptos importantes en las políticas neoliberales y que urgen las instituciones financieras internacionales.

Estas líneas se puede observar en las patéticas propuestas de vales de educación y sanidad del Partido Verde Ecologista, por no mencionar la ilógica postura de un partido supuestamente ecologista con la pena de muerte. En lugar de que los diputados y senadores laboren porque el Estado logre el mejoramiento de la educación y el servicio médico, abogan porque aquél se desentienda de una de las tareas más importantes que debe mantener. El uso de vales del Estado no es otra cosa que canalizar el dinero público destinado al cumplimiento de dos importantes rubros de actividad gubernamental a la iniciativa privada. ¿Quién será el beneficiado con millones de pesos del erario público para la compra de medicamentos en farmacias privadas y a precio de mercado?

En consecuencia, habrá que pensar muy bien por quién se vota en estas elecciones para que el Poder Legislativo esté lo más equilibrado posible y pueda limitar la liquidación del Estado mexicano.