Manuel Gerez del Río
La concepción que tienen las diversas sociedades sobre el transcurso del tiempo ha sido tema de diversas investigaciones. La comprensión de las ideas que sobre el tiempo imperaban en la América precolombina al momento de la Conquista, nos permitirá comprender mejor el papel que se le da al hombre en su devenir histórico.
En la cultura occidental, la idea del tiempo es herencia de las nociones judeo-cristianas de principio y fin, por lo que el tiempo se sucede en forma lineal. A partir de entonces, y a través del desarrollo de la civilización occidental, a esta noción de temporalidad se sumó la idea de que el tiempo es progresivo. La lectura de la historia, en consecuencia, se presenta como una progresión, una suma de conocimientos y de progresos escalonados del ser humano hasta el presente, que se supone “indudablemente” mejor que los tiempos pasados y que presupone un futuro promisorio gracias a la tecnología y al bienestar del libre consumo. La idea capitalista del tiempo asume la negación del pasado pues sólo el presente y el futuro permitirán los logros de la felicidad del hombre a través del progreso. Sin embargo, si nos detenemos a analizar las realidades de la modernidad, podemos comprobar que no siempre el pasado ha sido peor. Por supuesto no quiero dar una falsa idea de que el pasado es mejor que el presente, puesto que estaría falseando la realidad. No obstante, debemos tomar en cuenta que la modernidad formula falsas visiones o realidades parciales.
Entre los habitantes de Mesoamérica, la idea del tiempo no era lineal sino cíclica. Después de todo, la sucesión de los días, meses y estaciones aparece una y otra vez. Y es lógico. Nosotros aún tenemos una negada idea cíclica del tiempo. Basta con mirar un reloj de manecillas: el tiempo se sucede en ciclos. Los días se repiten cíclicamente así como los meses y el día y la noche. La idea cíclica entre los indígenas de Mesoamérica no funcionaba como determinismo ni fatalismo del eterno retorno. El ciclo evitaba negar el pasado. Esto permitía que los eventos históricos que se desarrollaban en un momento dado podían “acomodarse” en un registro del tiempo determinado a posteriori para “ajustarlo” a las profecías. La realidad se explica por medio de un sistema que enriquece el conocimiento del pasado con el presente. El sistema se entendía como una sucesión de turnos y cargas que implicaba tanto al espacio-tiempo como la participación activa de las deidades y la sociedad.
Entre los Incas, el tiempo estaba arriba o abajo (hana y huri), no adelante y atrás como lo concebimos, y existía un no tiempo: 37 días que no estaba contabilizados pues eran inútiles. El arriba y el abajo no se excluían, podían coexistir. El pasado estaba presente en el mundo actual. El pasado formaba parte del geomundo: los elementos antiguos estaban presentes, pues formaban las montañas, las piedras, los ríos. El espacio y el tiempo determinaban el orden del Universo, ya que éste variaba de acuerdo al hana o huri y los pachacuti (cataclismos que invertían el orden de la sociedad). Así, los eventos históricos importantes provocaban un pachacuti. Había sucedido en el pasado, cuando el Inkarri dominó la sociedad pre-inca. Sucedió de nuevo cuando los españoles conquistaron el Perú, cuando derrotaron al Inkarri y todo quedó al revés. La vuelta del Inkarri, cuando se junten las partes de su cuerpo, diseminadas por los conquistadores por el territorio andino, asegurará la vuelta al orden, una inversión nueva del territorio donde los indígenas recobrarán el poder, sus creencias y sus tradiciones.
¿Cómo lograr entender la ruptura que se generó al momento de la Conquista cuando se impuso la idea lineal del tiempo? ¿Realmente se comprende el tiempo así o en la realidad los indígenas siguen concibiendo el tiempo en forma cíclica, como se percibe en algunas ceremonias o en el registro calendárico persistente entre los mayas contemporáneos? ¿Y los descendientes de los Incas? Después de todo, se sigue esperando la vuelta del Inkarri y el nuevo pachacuti.
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