miércoles, 21 de enero de 2009

Un gaitero en tierras otomíes


Por Manuel Gerez del Río

El contacto, violento o no, en el momento de la Conquista y tras de ella la colonización de América por los europeos, trajo consigo una importante y única serie de cambios culturales conocidos como mestizaje. El proceso de mestizaje es muy desigual, algunas cosas fueron adoptadas, y modificadas en su caso, en forma rápida; en otros casos, las formas culturales jamás lograron ni su inserción ni su modificación y fueron desechadas; algunas expresiones culturales suponemos que nunca existieron, pero ¿no lo fueron o es que se perdieron en ese “proceso de selección cultural”?
El convento de Ixmiquilpan, un edificio agustino de 1550, está localizado en la zona otomí del estado de Hidalgo. Cuando pensamos en Ixmiquilpan nos llega a la mente las fascinantes pinturas murales que se encuentran dentro de la iglesia, ejecutadas por artistas indígenas en la década de 1571-1580 y que presentan un interesante programa iconográfico dedicado a la guerra como continuum de un evento sacro para mantener el orden cósmico.
Pero en las paredes del convento de Ixmiquilpan hay diversidad de temas representados. Llama la atención una pintura que se encuentra en la testera norte del pasillo de la planta baja del claustro. Es una imagen de la Adoración de los pastores al Niño.
Esta representación fue muy común en Europa al menos desde la Alta Edad Media: el pesebre con la Sagrada Familia está rodeada de personajes extraídos del campesinado europeo de la época. Aparece un elemento que se convertirá en un icono asociado a este grupo social: la gaita. Este aerófono, compuesto por un odre, una o dos flautas con doble caña y uno o varios tubos que dan una nota pedal a través de una caña sencilla, está representado en la pintura de Ixmiquilpan: la representación de un actor social europeo y de un instrumento que le da su significado lo encontramos inserto en un medio humano-cultural totalmente ajeno.
¿Por qué llama la atención? Naturalmente no es el único icono europeo que está representado y que no existió en América; sin embargo, cabe preguntarnos si en realidad un instrumento tan popular en Europa “nunca” existió en el Nuevo Mundo, o bien si es que sí lo hizo pero nunca logró librar la dinámica de selección del mestizaje cultural. Los diversos instrumentos que los españoles trajeron fueron rápidamente acogidos al uso cotidiano o festivo tanto de los indígenas como de la sociedad colonial que se gestaba. Pero la gaita, no. Al menos eso sabemos hasta el momento.
El gaitero de la zona otomí, a pesar de su localización, no estaba vedado a los ojos de los indígenas. Los indios principales tenían acceso a esta zona, al igual que sus hijos, quienes desde la infancia pasaban buena parte de su vida bajo la educación de los frailes, además de otros indios al servicio del convento. Por otro lado, muchos frailes y pobladores provenían tanto del norte de España como de zonas de Castilla y Portugal donde la gaita era un instrumento popular, así que seguro formaba parte de su bagaje cultural. ¿Por qué, entonces, no tuvo arraigo?
Varios casos en la historia nos han mostrado que la inexistencia de alguna cosa en un momento temporal no implica que jamás haya existido. Después de todo, la información que tenemos de las sociedades del pasado es muy escasa y fragmentada. El gaitero de Ixmiquilpan puede ser un ejemplo de la infinidad de conocimientos que se perdieron irremediablemente en el laberinto del tiempo.

Publicado en http://www.libertaddepalabra.com el 25 de enero de 2009

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