jueves, 5 de febrero de 2009

In Atl In Tlachimolli: la resistencia cultural.

Manuel Gerez del Río

La idea totalitaria de la historia ha perpetrado interpretaciones de hechos históricos errados que han pasado al presente como verdades absolutas. Muchas de las ideas que tiene el común de la gente con respecto a la Historia de México no es otro más que la construida en el siglo XIX bajo la lupa del nacionalismo mexicano. Así, diversos aspectos de la historia mexicana se vanaglorian, satanizan, niegan o reformulan bajo la construcción meta histórica de ese siglo.
Los ejemplos son varios; los atributos antagónicos señalados a Motehcuzoma y a Cuauhtémoc: uno, débil, dubitativo y entregado; otro, líder de la resistencia y guerrero que luchó por mantener la independencia de México-Tenochtitlán (en realidad, de las prerrogativas de la élite mexica).
Otro, la cuestión de la cristiandad de los indígenas. Para Occidente, el catolicismo indígena está apenas conformado por un ligero barniz que encubre toda una gama de “supersticiones” cuyo origen se rastrea en los “mitos” y creencias prehispánicas. Esta suposición de una mala conversión de los indígenas a la fe católica parte de esa idea de totalidad: la negación del otro a partir de la realidad que el Occidente conoce. La diferencia no radica en la realidad de la creencia o en qué tan cristiana es una u otra sociedad, sino en los sistemas de pensamiento que se oponen.
Para los indígenas la historia se concibe como una serie de ciclos. Estos ciclos, al contrario de lo que comúnmente se cree, no son deterministas. La capacidad del pensamiento cíclico indígena permite nutrir al sistema de creencias o a la historia de nuevos elementos. Estos pueden incluso ser las semillas de la resistencia cultural, pues permite una adecuación intrínseca frente a los cambios: se vale de ellos y los integra. Así, por ejemplo, en un texto de los señores de Tlaxcala, éstos se muestran sorprendidos de que Cortés quiera imponer al dios cristiano desplazando a sus dioses; al menos en el centro de Mesoamérica era costumbre integrar las deidades de los pueblos conquistados al panteón del vencedor. La idea de la divinidad católica y sus santos (a fin de cuenta otros elementos sacros) se integran a la idea del dios patrono y de los dioses, tanto del altépetl como de cada calpulli, que veremos en la iglesia principal y las ermitas de barrio.
¿Qué pasa cuando los frailes construyen los templos sobre zonas sagradas? En los elementos “secundarios” de las iglesias del siglo XVI encontramos en realidad un continuum entre el pensamiento religioso prehispánico y la novedad de los templos católicos. Los murales de Ixmiquilpan, por ejemplo, pintados entre 1571-1580, convierten a la iglesia en un verdadero teocalli, a pesar de la distancia de la Conquista, a pesar de los años de evangelización y a pesar del conocimiento de los frailes sobre las creencias antiguas.
La idea del indígena con respecto al templo católico es la continuidad del teocalli, de la Montaña Sagrada, el Coatépetl. Los datos son significativos: la deidad Cristo-Sol frente al Sol-Águila y el sacrificio humano; las flores, imagen de lo sacro y de la guerra florida; las pilas bautismales frente a los cuauhxicalli donde se ponían los corazones. En la portería de Huejotzingo, los arcos muestran los glifos de agua y fuego: el sacrificio sagrado, la metáfora In Atl In Tlachimolli.
Si pensamos que esto sucede en las iglesias fundadas en las cabeceras de los altépetl donde los frailes vivían, ¿qué podemos esperar de aquellos sitios mucho más alejados o aquellos que fueron fundados sobre los antiguos santuarios indígenas?

Publicado en Libertad de Palabra http://www.libertaddepalabra.com

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